lunes, 4 de febrero de 2008

¿Qué buscamos, popularidad o capacidad?

Hemos mencionado en ocasiones anteriores la millonaria inversión en publicidad y propaganda que están haciendo quienes aspiran a ser candidatos a Presidente de la República, tanto por los partidos de la oposición como por el pro gubernamental PRD. Por lo que se puede apreciar, hasta el momento, la mayoría de los aspirantes parece que están apostando a gastar lo que haya que gastar, para, a través de los medios de comunicación social y los otros medios alternos, lograr que sus nombres estén presentes en la mente de los electores.
En principio, eso parecería no tener nada de malo ni de extraordinario. El problema podría radicar en que quienes aspiran a ocupar esa máxima magistratura reemplacen el debate, las propuestas y las ofertas electorales por la inversión publicitaria y propagandística. Eso sería más que lamentable, una pésima lectura que podrían tener los candidatos de los electores, pero más grave aún, reafirmaría ese mal concepto que tienen muchos asesores publicitarios cuando dicen que vender a un candidato a través de los medios es lo mismo que promover productos como detergentes, dentífricos, etcétera.Naturalmente, tenemos que rechazar la idea anterior. Quienes aspiran a ocupar un cargo de elección popular son seres humanos que tienen una dignidad, una serie de ideas y todo eso debe ser debidamente ponderado por quienes tienen la grave responsabilidad de elegir entre quienes proponen sus nombres para sentarse en dichas posiciones. Jamás podrá compararse toda la inteligencia que hay que invertir para una campaña política en la que hay que convencer a ciudadanos para que opten por un semejante, con una estrategia publicitaria para que los consumidores usen uno u otro producto.
Pero, si lo anterior fuera 100% compartido por los candidatos y los electores, entonces a ¿qué se debe el despegue millonario en materia de publicidad y propaganda y muy poco esfuerzo en materia de propuestas? Tal y como advertíamos la semana pasada en este mismo espacio, hasta ahora Marco Ameglio es el único que ha planteado un menú de temas y de tiempos; entre los otros, algunos parecen estar más preocupados por el proselitismo, o por el clientelismo, o por el propagandismo que por las propuestas, mientras que terceros aún hablan de temas, pero todavía nada por escrito. Debo suponer que eso obedece a que la campaña formal aún no comienza, por lo que es de esperar que a medida que pase el tiempo, tal vez, las darán a conocer por escrito.
Ahora bien, la pregunta que podríamos hacer es: ¿qué ha pasado en la sociedad panameña para que los aspirantes prefieran invertir más en publicidad que en propuestas? Simple, desde hace varios años los resultados de las distintas encuestas han condicionado o por lo menos han contribuido notablemente a que el elector opte por una u otra de las propuestas electorales que se le someten. Si a la afirmación anterior le damos algún nivel de certeza, eso significa que el electorado panameño se estaría dejando impresionar más por el tema de la popularidad del candidato que es favorecido por las encuestas que por el tipo de propuestas que nos está haciendo. Y eso sí es un problema. Los temas institucionales pendientes que tenemos como Estado, así como aquellos que como sociedad nos aquejan, no necesariamente podrían ser resueltos por los candidatos más populares. Como electores tenemos que aprender a establecer la diferencia entre un aspirante popular y uno capaz y con suficiente inteligencia como para enfrentar las situaciones que aspiramos a que sean resueltas.
He tenido la suerte de presenciar campañas electorales fuera de Panamá y, naturalmente, las cinco últimas presidenciales de nuestro país, y no tengo duda en afirmar que en ocasiones el electorado se inclina por la popularidad más que por la capacidad. Cuando escribo y/o hablo sobre este aspecto de las campañas políticas pienso en ¿qué habría pasado si, por ejemplo, a Arnulfo Arias lo hubieran dejado gobernar un período completo? ¿Habría tenido los mismos niveles de popularidad que logró concentrar en sus últimas presentaciones como candidato? Y, si Omar Torrijos se hubiera sometido a un proceso electoral en democracia de verdad ¿cuán mal trecha hubiese quedado su capacidad de gobernante y de administrador? Ni lo uno ni lo otro lo podemos saber porque ni al uno ni al otro se le pudo medir en los escenarios sugeridos. Lo cierto es que la actual sociedad panameña ya no vive en dictadura, cada elección supera a la anterior en materia de transparencia y respeto a la voluntad de las mayo-rías, y justamente por eso es que estamos más obligados que nuestros antecesores a leer las propuestas, a no dejarnos influenciar por los resultados de las encuestas y a distinguir la popularidad de la capacidad. El autor Edwin E. Cabrera es analista político, publicado originalmente en La Estrella de Panamá el 3 de febrero de 2008,
ecabrera@cwpanama.com

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