lunes, 3 de marzo de 2008

La política decadente

Como todo ser orgánico, el partido político nace, crece, se desarrolla, decae y muere. La democracia se mantiene viva, porque sus células -léase partidos políticos- viven ciclos de vida distintos, con lo cual cuando uno decae hay otro naciendo. El Partido Conservador es el iniciador de la separación de 1903, pero -como bien advirtió Tomás Arias en su época- fue desplazado rápidamente por el Partido Liberal, que -verdadero forjador de la República- fue decayendo y atomizándose hasta ser hoy en día irrelevante, por no decir inexistente. La otrora poderosa Coalición Patriótica tuvo una vida efímera y ya se vislumbra el ocaso del Panameñismo. Partidos de fortaleza estructural aunque no masivos, como el del Pueblo y el Demócrata Cristiano son meros cascarones empapelados con historias viejas. Es la Ley de la vida. Pero también se ven signos de decadencia en el abrumador PRD -autoproclamado renovador de la Patria- y de envejecimiento prematuro en nuevas fuerzas como Cambio Democrático. Ya no hay ideología ni programas; no hay una visión de país ni una comprensión de los giros del mundo; no hay mística ni compromiso. Los partidos políticos, células del tejido democrático, ya no son escuelas de cuadros ni mucho menos de gobierno, ya no fungen como correas de transmisión entre el Estado y la sociedad. Hoy sólo son maquinarias electoreras que controlan el oligopolio del acceso al poder público. Urge replantear el sistema electoral. Hay que oxigenar el ingreso y asfixiar el gasto. Es insostenible que sea difícil inscribir nuevos partidos y que sea tan fácil que los delincuentes financien a futuros gobernantes. No podemos evitar que los colectivos decaigan, pero sí lograr que sean reemplazados por otras fuerzas democráticas. La otra alternativa es suicida. Editorial de El Panamá América, 3 de marzo de 2008.

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