sábado, 10 de abril de 2010

COMO PUEDO LOGRAR EL PERDÓN DE DIOS?

Esta es una pregunta que muchos ven de difícil respuesta. No obstante, hace dos mil años Jesús el Maestro nos explico en la parábola del fariseo y el publicano en Lucas 18:9-14, que se trata de la prevalencia de la humildad frente a la soberbia. Es la importancia del arrepentimiento sincero en contraste con aquel que siempre piensa bien de sí mismo y en una permanente actitud de autojustificación, no espera ser justificado por el único que puede hacerlo: DIOS.

Nosotros hombres falibles, no nos decantamos por mostrar las ricas facetas de la vida de Jesús de Nazareth. Jesús era un educador por excelencia. Siempre buscaba los relatos que expresaban la vivencia de su pueblo para enriquecer un dialogo constructivo con la gente sencilla y humilde. Por eso les hablaba en parábolas.

“A unos que confiaban en sí mismos como justos y menospreciaban a los otros, dijo también esta parábola: Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo y el otro publicano” (v.9-10).

Acerca de la oración, podemos decir que al igual que las antiguas costumbres de oriente medio, la oración pública en el Templo se hacía de mañana y en la tarde a horas determinadas, en cambio la oración privada, al igual que ahora, se hacía a cualquier hora.

Obviamente estamos ante una oración pública, pero, definamos los personajes. El publicano en la sociedad del tiempo de Jesús era un individuo despreciado, era el recaudador de impuestos para el Imperio Romano, en pocas palabras, un odiado y estigmatizado traidor.

El fariseo era un individuo religioso, devoto, fiel cumplidor de las obligaciones religiosas y normalmente juzgador de quién no las cumple.

“El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: "Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres: ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, diezmo de todo lo que gano” (vs. 11-12).

Solo la descripción de todo lo que hacía en términos de su fe religiosa, es señal de autojustificación. En su subconsciente era tan buena persona que no necesitaba del perdón de Dios.

“Pero el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: "Dios, sé propicio a mí pecador” (v. 13).

Hoy gracias al sacrificio de Jesús no necesitas hacer penitencia, ni pagar manda para ser perdonado o que Dios te conceda algo. Golpearse el pecho era un símbolo de contrición, el publicano estigmatizado no necesito de mucho palabrerío, ni de señales externas que reclama el fariseo, para que Dios escuchara su oración.

A simple vista ambos se veían iguales en su devoción y búsqueda de Dios, pero Dios ve más allá y discierne hechos, palabras, y las intenciones del corazón.

La actitud del publicano al reconocer “yo soy un pecador”, es la forma cómo podemos lograr el perdón de Dios. Esa fe demostrada en genuino arrepentimiento, es lo que hace que Jesús nos pondere por encima de cualquier religioso o práctica religiosa al decir:

“Os digo que este descendió a su casa justificado antes que el otro, porque cualquiera que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido»” (v. 14).

Al parecer a Jesús le gusta “voltearnos la cara” acerca de cómo nos vemos nosotros mismos y nuestros humanos conceptos preconcebidos de justicia y derechos. Justificado aquí se traduce como perdonado y reconciliado con Dios. Jesús concluye con esta frase célebre, pero que tanto me cuesta practicar: “El que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido”.

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